
La exposición a ambientes fríos puede llegar a afectar la circulación, la presión arterial y la capacidad del sistema inmunológico para defendernos de virus y bacterias.
Cuando la temperatura del entorno disminuye, el cuerpo enfrenta un reto importante: pierde calor más rápido de lo que puede generarlo.
Según la American Heart Association (AHA), aproximadamente un 60 % de esta pérdida ocurre por radiación, es decir, el calor simplemente se escapa al aire más frío. El resto se produce por conducción, convección y el calentamiento del aire inhalado.
Para conservar la temperatura central, el organismo activa mecanismos de termorregulación, siendo uno de los principales la vasoconstricción: los vasos sanguíneos se contraen para mantener el calor en los órganos vitales.
El frío provoca, además, cambios en la viscosidad de la sangre y genera estrés térmico, lo que puede afectar al sistema circulatorio y aumentar la carga sobre el organismo.